Hoy estoy de estreno. No solo he decidido ponerme las pilas con el blog, lo cree con mucha ilusión y lo tengo abandonadito, sino que además tengo un segundo motivo y es que no podría estar más contenta y satisfecha con el dibujo que adorna mi cabecera.
La artista es mi amiga Irene. Nos conocimos en la universidad y juntas hemos compartido muchas horas de clase, risas, napolitanas de chocolate, y horas de aquelarre. A menudo recuerdo con cariño las clase de arquitectura moderna en las que solía prestar más atención a sus apuntes que al propio profesor. Me pasaba la hora embobada mirando como abocetaba la Casa de la Cascada de Wright, el pabellón exposiciones de la Secesión vienesa, o la Bauhaus, y todo ello mientras le daba tiempo a coger apuntes, decorarlos con colores, y dibujar algo en mis folios, previa petición mía. Gatos, tazas humeantes, niñas de ojos grandes, muffins y zapatitos, pasaron a formar parte también de mis largas tardes de estudio. Ella siempre decía que no sabía dibujar zapatos de tacón, pero doy fe de que todo lo que se proponía dibujar nos dejaba a los demás admirados.
